10.04.08 - Quemar la identidad [The Radio Dept. - Heaven's On Fire]


“People see rock and roll as youth culture, and when youth culture becomes monopolised by big business, what are the youth to do? Do you, do you have any idea?
I think we should destroy the bogus capitalist process that is destroying youth culture.”
-Thurston Moore, guitarrista de Sonic Youth, al comienzo de "Heaven's On Fire" de The Radio Dept.

Tú que eres mitad una cosa y mitad la contraria. Mitad cobarde, mitad valiente. Mitad de día y un cuarto de noche. Fragmento varias nostalgias y absolutamente nihilista. Un poquito nonagenaria pero mucho más anarquista de lo que admites y mucho menos de lo que te gustaría ser. Porque al mismo tiempo todo es superfluo y trascendente. La sociedad del siglo XXI está compuesta por muchos oximorones: ofensas divertidas, identidades globales, trascendencia sórdida y depresión social. La única forma que hay de soportar la pesadumbre de este Zeitgeist cubista, donde la identidad es objeto de consumo y el entretenimiento es cualquier cosa mezclada con performatividad; es convertirse en hipócritas multidisciplinares a los ojos de los demás. Porque hay gente que cree que somos algo, y cuando no nos ajustamos a esas expectativas, su comprensión del mundo parece descomponerse en mil pedazos. Y yo quiero ser Greg de Más Allá Del Jardín y decir: no tengo sentido alguno.

Nuestra propia apariencia es la primera de las incoherencias. Nunca me he reconocido en el espejo: lo que reconozco como “yo” no es más que un ser con una determinada apariencia base que me toca personalizar a diario. Mi único consuelo es que estamos todos atrapados por igual, y que al menos esta persistencia de los objetos (el que siempre haya la misma mente dentro de un cuerpo) nos sirve para encontrarnos con el resto de penitentes. Para poder soportar esta condena, quiero que la principal función de mi cuerpo sea poder dar abrazos.

He estado coleccionando camisetas que cada dicen menos porque no soy nunca la misma persona que las compró. Estas prendas acaban siendo más un ejercicio de nostalgia que nos abriga la piel, en lugar de las banderas identitarias que pretendíamos exhibir en manga corta.

Tampoco veo mayor trascendencia en la posesión de un nombre. Solo sé que llamarme Daniel o María (los hombres más comunes de la última década según el INE) me habría hecho más insignificante. A veces un nombre se siente poco más que una herramienta para poder construir oraciones con sujeto y predicado.

Entre tanta pesadumbre y desasosiego apareció una luz efímera pero vibrante. Llena de energía. Palpitando como un púlsar. Una determinación que se acabó transformando en un éxtasis supersimétrico: tan solipsista como conectado de cierta manera con la realidad.

Pude bailar. Ni solo, ni con gente; pero estuve justo donde necesito estar. No fué bajo el ardor del centro del sol, pero sí en torno un confort embriagador. Me sentía ajeno pero integrado. Como poseedor de una forma de libertad tan radical como contenida. Justo lo que necesitaba.

La ansiedad se desvaneció para dejar paso al resto de problemas. La destrucción de la identidad ha dejado de ser una idea abstracta para convertirse en una corazonada. Incluso aunque al otro lado solo haya incomprensión y ostracismo; creo que es lo correcto. No puedo dejar que el colapso gravitacional me siga aplastando y me siga haciendo tan tan pequeñito. Quiero agarrar una estrella y quemarme la piel hasta erosionar cualquier identidad con la que no esté conforme para terminar fusionarme con el mismísimo centro del sol. Aunque sea solo.

Comentarios