7.04.07 (078) - Tardanza. Fucsia

Me levanté temprano para ser un sábado: un poquito antes de las 10. La manta estaba hecha un gurrumio a mis pies y la claridad del sol ya me atacaba.

Lo primero que hice fue buscar tu olor sobre la cama, en vano, por lo que luego busqué en la mesita de noche con idéntico resultado. Preocupado, me levanté rápidamente yendo hacia el armario para abrirlo de par en par y encontrándome solo la silueta de rotulador que había dibujado ayer cuando te habías acurrucado y escondido ahí dentro. Luego salí al pasillo y ahí vi pegada la foto de tu sombra que te había sacado el otro día. En el suelo, cubierto de nieve de extintor, había algunas de nuestras huellas.

Empecé a meter la cabeza por las habitaciones, pero nunca estabas del todo: en la otra habitación solo estaba uno de tus zapatos, en el baño tu nombre escrito en el espejo, en la cocina una flecha de galletas que me señalaba, en la puerta de casa la huella de tu mano espolvoreada con talco y en el cuarto del ordenador estaba el skin rosa pálido del Winamp cantando tus canciones favoritas de Niza o Los Planetas, música fucsia.

Preocupado llegué al fin al salón y mas allá del cadáver del helado de fresa, de tu camiseta haciendo de espantapájaros, del gran espacio vacío que usamos para bailar y del movimiento de las cortinas, estaba sobre el sofá el albornoz de Elly que una no muy alta muñeca se puso una vez. Era un cuatro rosa que descansaba sobre el sofá. Desconsolado, me tumbé a su lado y lo apreté contra mi buscando, sin encontrarla, esa piel rosita de la que tanto se nos ríen los negros.

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