Después de la putrefacción llegaron los días del enamoramiento del cadáver. Arrastraba un peso muerto con el que tenía que negociar mi amor. Me costó varios días que me volvieras a abrazar. Yo quería creer que no se trataba de ningún espasmo fortuito, si no que de verdad había voluntad más allá de la muerte.
Y aún así no sufría ni la mitad de lo que debería estar sufriendo. Porque sentía que todo valía la pena. Creía, y sigo creyendo, que era lo correcto. Aunque bueno, eso al fin y al cabo no es más que mi visión hipócrita demihedonista, ¿no? Mientras el demiurgo maligno asentía, tu cadáver se resbalaba de entre mis brazos.
Aún así, lo intenté por decimocuarta última vez consecutiva. Me enamoré y levanté tu cadáver de cada escenario del crimen como si así fuéramos a volver a sentir algo. Como si hubiera vida detrás de esos espasmos. Como si hubiera aún electricidad en el cerebro y sangre en nuestras venas. Te hice el boca a boca y no sentí ningún asco a pesar de tu estado. Nunca lo sentiré. Volvería a hacerlo. Siempre.
A pesar de quemar la identidad, la cobardía me convirtió en egoísta cuando removí toda la tierra que cargaba nuestro aire. Todo por intentar no hacernos daño a medio plazo. Abrazado a esa performance en pleno vuelo, no te afronté, y así te dejé vomitar la vida que tú misma te habías creado sin intentar siquiera darte una bofetada para espabilarte.
El resultado de mi estrategia fue que las primeras noches en Shanghái se llenaron de ruido blanco. Porque la performance estaba preparada para tu huelga emocional, pero no para el giro inesperado en el que el demiurgo maligno me acuchilló como si René Descartes fuese H. P. Lovecraft. A cambio de tanta cobardía debía afrontar un terror abominable. Dos de mis peores pesadillas se proyectaban sobre mi de manera simultánea.
Como siempre, me callé y acabé jugando a intentar no parecer un turista; haciéndome pasar por clandestino en un intercambio de idiomas de un tercer piso. Que hipócritas somos todos, ¿No crees? Supongo que eso es lo que hacen las personas cuerdas. Hacer que hablan mientras no cuentan nada. Pero yo es que soy un intensito y no sé expresarme si no es para follar a través de los ojos. Hubiera preferido prostituirme a cambio de un poco de empatía, pero bueno. Tal vez por esto recuerdo como un rayo de luz un momento en el que te empujé contra la intimidad y te besé. “No estás muerta”, pensé. No quería creer que ya no era más que un turista extranjero también en tu corazón. En el M50 escribí sobre luz incandescente y VPNs en Instagram. Era lo más parecido a gritar que tenía a mi alcance.
Cuando tenía un momento de lucidez, me evadía como acostumbraba. Para mantener la cordura, soñaba con pasaportes que se desintegraban y que la corriente de los ríos son desagües sin dolor. Los rascacielos son para volar y los aviones para estrellarnos.
"Si te sientes morir, parte; si sufres, huye. No hay más ley que el movimiento." - Amélie Nothomb
Creo que mi problema es que yo siempre he establecido vínculos emocionales con todas las cosas. No solo personas o animales, si no hasta con objetos, símbolos y conceptos abstractos. La Bondad, La Inocencia, La Tristeza, La Esperanza o El Amor siempre han sido como personas para mí. Tal vez por eso hasta prefiera Madoka Magica a Evangelion.
Mira, a mí es que si no me sale de dentro, no lo hago. Mi capacidad de sacrificio dura como 30 segundos, y la vida siempre se me hace bola. Ter dice que esa es una característica Millenial, pero yo necesito algo más que un himno generacional. Porque veo mucho disidente generacional y demás objetores de conciencia. No me puedo conformar ni con los que se acuestan pronto, ni con los que frikean de noche, ni con los que esperan hasta el amanecer. No me basta con una conexión tan generalista, yo necesito alimentarme de cualquier emoción. Yo soy todo hambre.
Cuando maté al puritano mojigato y conseguí la victoria del egoísta pensé que había ganado la guerra. Pero la realidad es que el enemigo sigue siendo el obstáculo y no sé vivir si no es este conflicto eterno. Nunca habrá una auténtica sensación de victoria y nunca me haré hermético.
Mi solución es la contraria: declararme demitodo. Abrazar todos los puntos intermedios en los que nadie quiere estar. Intraextrovertido, valientímido. Millenial viejóven, outsider entre los outsiders.
Tal vez es que necesito más del vínculo emocional que del aire. Soy un demiegoísta, incapaz de conformarme con una visión solipsista porque siempre acabo rebosando sobre cualquier puente emocional; y me debería dar igual que nadie lo entienda. Soy incontenible y solo soy feliz cuando transito estas estructuras empáticas. No soy un simple glotón, es que me encanta demicomer. Aún siendo tan melómano, es ahora cuando de descubrir que también se puede demibailar. Y ahora no me estoy desahogando, lo que creo que hago es demiescribir.
Realmente necesito que haya alguien al otro lado, incluso aunque lo haga para mí. A veces en una persona concreta, a veces una entidad abstracta. “Lo hago por ti, Esperanza” dice mi camiseta de Patamon (Digimon).
Ni era un puritano ni un libertario. Claro que creo en La Moral, pero no como te piensas. Lo que pasa es que soy demihedonista. Demiperezoso, demiglóton y demisexual. Solo así tiene sentido tanto demiromanticismo: ¡sobre un puente emocional conquistaré el mundo! Si en 32 años no me he curado este síndrome de abstinencia es inútil seguir confrontándolo. ¡Que se acabe ya la astenia emocional! ¡¡NUNCA ME HE SENTIDO TAN LIBRE!!
“People see rock and roll as youth culture, and when youth culture becomes monopolised by big business, what are the youth to do? Do you, do you have any idea?
I think we should destroy the bogus capitalist process that is destroying youth culture.” -Thurston Moore, guitarrista de Sonic Youth, al comienzo de "Heaven's On Fire" de The Radio Dept.
Tú que eres mitad una cosa y mitad la contraria. Mitad cobarde, mitad valiente. Mitad de día y un cuarto de noche. Fragmento varias nostalgias y absolutamente nihilista. Un poquito nonagenaria pero mucho más anarquista de lo que admites y mucho menos de lo que te gustaría ser. Porque al mismo tiempo todo es superfluo y trascendente. La sociedad del siglo XXI está compuesta por muchos oximorones: ofensas divertidas, identidades globales, trascendencia sórdida y depresión social. La única forma que hay de soportar la pesadumbre de este Zeitgeist cubista, donde la identidad es objeto de consumo y el entretenimiento es cualquier cosa mezclada con performatividad; es convertirse en hipócritas multidisciplinares a los ojos de los demás. Porque hay gente que cree que somos algo, y cuando no nos ajustamos a esas expectativas, su comprensión del mundo parece descomponerse en mil pedazos. Y yo quiero ser Greg de Más Allá Del Jardín y decir: no tengo sentido alguno.
Nuestra propia apariencia es la primera de las incoherencias. Nunca me he reconocido en el espejo: lo que reconozco como “yo” no es más que un ser con una determinada apariencia base que me toca personalizar a diario. Mi único consuelo es que estamos todos atrapados por igual, y que al menos esta persistencia de los objetos (el que siempre haya la misma mente dentro de un cuerpo) nos sirve para encontrarnos con el resto de penitentes. Para poder soportar esta condena, quiero que la principal función de mi cuerpo sea poder dar abrazos.
He estado coleccionando camisetas que cada dicen menos porque no soy nunca la misma persona que las compró. Estas prendas acaban siendo más un ejercicio de nostalgia que nos abriga la piel, en lugar de las banderas identitarias que pretendíamos exhibir en manga corta.
Tampoco veo mayor trascendencia en la posesión de un nombre. Solo sé que llamarme Daniel o María (los hombres más comunes de la última década según el INE) me habría hecho más insignificante. A veces un nombre se siente poco más que una herramienta para poder construir oraciones con sujeto y predicado.
Entre tanta pesadumbre y desasosiego apareció una luz efímera pero vibrante. Llena de energía. Palpitando como un púlsar. Una determinación que se acabó transformando en un éxtasis supersimétrico: tan solipsista como conectado de cierta manera con la realidad.
Pude bailar. Ni solo, ni con gente; pero estuve justo donde necesito estar. No fué bajo el ardor del centro del sol, pero sí en torno un confort embriagador. Me sentía ajeno pero integrado. Como poseedor de una forma de libertad tan radical como contenida. Justo lo que necesitaba.
La ansiedad se desvaneció para dejar paso al resto de problemas. La destrucción de la identidad ha dejado de ser una idea abstracta para convertirse en una corazonada. Incluso aunque al otro lado solo haya incomprensión y ostracismo; creo que es lo correcto. No puedo dejar que el colapso gravitacional me siga aplastando y me siga haciendo tan tan pequeñito. Quiero agarrar una estrella y quemarme la piel hasta erosionar cualquier identidad con la que no esté conforme para terminar fusionarme con el mismísimo centro del sol. Aunque sea solo.
No soporto que la gente pregunte “¿Qué tal?” al conocer a una persona. ¿Te crees que te voy a responder a eso, imbécil? ¿Y por qué dar dos besos a gente que no conocemos de nada? ¡Qué machista! Pero por otro lado el mundo ya es lo suficientemente sombrío y frío para negarle un poco de calor, aunque sea tan falso e impostado. La superposición, donde dos cosas opuestas forman mi verdad al mismo tiempo, es mi estado natural. He puesto este ejemplo porque nos une, pero hay cientos que no.
No sé qué duele más: no ser y parecerlo, o serlo de verdad. Es un horror. No paras de juzgar. Juzgar a ciencia cierta. Lo cierto es que soy yo.
Por cada confrontación, yo solo me encogía. Cada vez que mirabas debajo de una mesa para ver si hay migas de pan, me iba haciendo cada vez más pequeñito y codependiente. En El Mejor Idilio agachaba la cabeza y me miraba a los pies.
¿Cuantas cosas quedan por barrer? Ya no te agachas. Ya no te importa. Es la verdad lo que hay que aceptar. Tienes razón, no lo digo yo.
Siempre me había creído con fuerzas para sujetarnos a los dos. Pero a la hora de la verdad, mi salvavidas no puede soportar tanto peso. Y del mismo que se le agotó a la de OTRAS, ahora el peso ya ha hundido todos los granos del reloj de arena. Y con ello, dejó de tener significado el tiempo. Sin tiempo no hay recuerdo, y sin recuerdo ya no hay unión.
“Quien dice las palabras más amables y bonitas es quien no está enamorado”. ¿Cómo es que no nos hemos dado cuenta antes? Creo que, otra vez, el conformismo me ha entumecido. Creía que podría ser suficiente, pero nunca voy a estar a la altura. Así que, ¿para qué seguir matándonos?
Y cada día más que pasa tienes más y más razón. Lo digo yo, esta vez lo digo yo.
Me llamas hipócrita porque hablo de Amélie y el amor romántico; pero luego salto a Las Vidas Posibles de Mr. Nobody y el liberticidio individualista. Y sé que es mi culpa, porque siempre he intentado mantenerte a flote aunque sabía que nunca podría hundirme contigo. Desde el minuto uno yo ya venía envasado al fracaso. Y aún así me empeñé en cambiar la decoración del salón y en quemar la bandera de la amatonormatividad al mismo tiempo. Como si nunca hubiese visto American Beauty.
Y la verdad es que esa no es ni tan siquiera la peor de mis contradicciones. No era mi intención en convertirme en una especie de Señor de la Hipocresía. Desde mi punto de vista, sigo siendo íntegro con quién soy: El Club De La Lucha me sigue pareciendo una obra que deja en ridículo a los anarquistas que van de flipados. Porque yo sigo queriendo crear algo y soy lo suficientemente maduro y realista para saber que La Ciencia Del Sueño no es real. Pero eso no significa que tenga opción alguna de hacerlo en esta sociedad.
Al final resulta que en esta película Summer soy yo. Siempre critiqué el final de 500 Days Of Summer, pero ahora espero que se cumpla con todas mis fuerzas porque mereces algo mucho mejor. A lo mejor así, después de todo, la vida de alinea con todas tus expectativas y aparece alguien de verdad. Alguien que sea una sola persona el mismo tiempo, y no una superposición de Pearl de Steven Universe, de Wirt de Más Allá Del Jardín o de Mr. Peanutbutter de Bojack Horseman. Porque como ellos, tengo cientos.
Aunque parezca lo contrario, no esperaba este devenir. Al final has desarrollado una tremenda resistencia a los antibióticos y todos mis ansiolíticos se han quedado sin efecto. Ya ni aún convirtiéndome en el Espíritu del Bosque -el Dios de la Vida y la Muerte en La Princesa Mononoke- podría salvarte. Se me está separando la cabeza del cuerpo en mi corazón.
La culpa es mía. No puedo proteger lo que yo mismo destruyo. Me dices, con razón, que sería más fácil no ser así en primer lugar. Pero nadie puede cambiar lo que es. Ya lo he intentado. Aunque al final no hubo hecatombe nuclear, no es cierto que lo estemos superando sin parpadear. Son ciertas las señales de agotamiento bilateral. (...) We’re stuck in a chain reaction.
Se acerca el reloj a la medianoche atómica. La Unión Soviética y los Estados Unidos de América tienen en sus manos el destino del mundo. La única manera de no perder la carrera armamentística es que ninguno de ellos gane. En un calendario se marca cada día quién va a la delantera y se intenta que al día siguiente el resultado se haya invertido. Solo esta alternancia podrá mantener el empate. Si no, no habrá cuarentena que valga. Cuando uno de los dos bandos cante victoria por 40 días consecutivos, la eutanasia se hará efectiva y la raza humana será borrada de la faz de la tierra para dejar paso al terrible invierno nuclear.