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Mostrando entradas de noviembre, 2020

11.08.05 - Juicio de la sangre [Jenny Hval - Conceptual Romance]


Tu mirada se asoma como un mártir a la orilla de su sacrificio. Rezas por la misericordia de los dioses que sientes que juzgarán tu muerte. Pero en realidad lo que estás haciendo es lanzar tus lamentos contra una idea destructiva de perfección. Quieres creer en la liberación que supone descartar tu cuerpo al pulverizarlo contra las rocas. Pero no existe ni un solo motivo por el que eso tenga que llegar a ocurrir. Y mientras tanto, seremos otros los que sufriremos la larga agonía de tu Midsommar. Aquí y ahora. Y será así todas y cada una de las veces. Mientras mantengas esa fe ciega en la significancia de las palabras. En la concretud de las cosas. En la teología de los juicios.

Creo que ambos deberíamos aprender a escuchar a los actos. A leer la realidad material de la sangre que otros ya han vertido sobre esas rocas. Y todo el sufrimiento y el dolor inventado alrededor de una idea. El castigo por nuestras ignominias y toda nuestra autoexigencia solo existe en nuestras cabezas. Si queremos una ración de corazón, tenemos que encontrar la verdad detrás de las huellas; y no seguir proyectando nuestros suicidios contra la paz y el equilibrio del mundo. Estaremos hechos de ansiedad, pero no nos define la inquietud y la incertidumbre. Somos seres de luz, el brillo de nuestras oscuridades.

Debemos aprender que una intención no es una promesa. La seguridad es el amor que arde en nuestras manos con una determinación que transgrede cualquier búsqueda de seguridad. Tenemos la dignidad nutrida por nuestra amabilidad. Yo nunca he dicho un “te quiero” que no signifique una ofrenda. Que no busque materializarse en al menos un abrazo. En el deseo de cuidar de tu bienestar incluso a través de los sueños. Toma mi mano. Abjura de tus rituales. Te lo suplico, por favor. La verdad siempre fluye y se comunica a través del calor de los cuerpos.

11.08.04 - Esta mañana me regalaron un bosque [Mabe Fratti - Aire]


Me levanté y era el claro de un bosque. Y sospeché enseguida de los riachuelos y las flores. La paz que me absorbía tenía que provenir de unas manos manchadas por la savia sangrienta creada por unas motosierras. Siempre pasa, que las hierbas más verdes y las aguas más cristalinas se nutren de la destrucción de tus bulldozers.

Pero la verdad es que estaba verdaderamente tranquilo. Mi cerebro se había extasiado con el aire de un valle indómito y unos robles imposibles. Había soñado con un tratado contra la nostalgia, y mi cuerpo había recibido pleno (pero engañado) el albor de este nuevo día. ¿Por qué no ceder ante esa panacea? ¿Qué tenía de malo la inocencia de mi subconsciente? Estoy harto de esta guerra. De que me pese la naturaleza y de vivir en un estado perpetuo de autodefensa. No había olor a quemado en la brisa de regalo. No había bombas cayendo entre el silbido de los pájaros. Tan solo la credulidad de un cerebro embriagado por lo onírico, y que se había pensado que el tratado de paz que me habías brindado en el sueño había sido real. Y la verdad es que así lo parecía. Se sentía mucho más efectivo que cualquier dogma de la psicología moderna. Y como esclavo de la nostalgia, me arrodillaré ante cualquier espejismo que me prometa libertad.