Caleidoscopio


Le ordeno que extraiga del libro el caleidoscopio, para eso él rasga el papel tras nuestras cabezas. Me adjudico el poder del que actúa fingiendo que lo hace por el placer inmediato, y no por medio de su mirada, que la imagino clavada en el punto que se insinúan nuestros movimientos.Ella me agarra los huesos por fuera, entonces me gusta pensar que podría rompérmelos, que su fuerza se lo permite, y así yo debo estar servilmente agradecida de que no lo haga y le recompenso acariciando la venda por fuera de sus ojos antes de soltarla.

Cocinar es un preámbulo, la excusa del observador en el juego de la inocencia. Nos hace entrega de nuestras palabras preferidas. Ella me las desmigaja encima, las dos disfrutamos con el poder del sacrificio, de la renuncia. Ya no serán más leídas en esta casa. Pero eso me parece bien, y me recreo casi pausando del todo mis movimientos con la dolorosa retirada de la sangre.

Doy una orden desafiante esperando ser castigada: arrodíllate y come de mi cuerpo el verbo, pero ellos adivinan que una orden es una súplica. Fingen obediencia mordiéndome las manos y las yemas de sus dedos trazan recorrido hasta escondites huecos.

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