7.02.04 (024) - Tierra
Quema, quema con mucha fuerza, y lo sabes, pero te da igual. Quieres hundir el pie en la nieve lentamente y quieres que te queme un poco los pies. Quieres respirar hondo y sentir luego la hierba y la tierra colándose húmedas entre los dedos de tus pies. Quieres dejar tu huella en los 30 centímetros de nieve, casi toda tu pierna desnuda, y luego volver corriendo a casa, junto a la hoguera, y recordar lo que ha pasado ahora frente al fuego.
Estiras un poco los brazos observando la falda de la montaña y como caería una hipotética bola de nieve rodando y haciéndose cada vez mas grande, agarrando toda la nieve que se encuentre a su paso hasta que estallaría contra algún árbol. Te dan ganas de imitarla, pero en vez de eso te concentrás en sentir la brisa que bordea la montaña y hundiendo un poco más tu pie en el suelo, agarras con los dedos un poco de tierra.
Saltas, subes las escaleras y entras en casa. Vas corriendo hacia la alfombra frente a la chimenea y posas tus piernas desnudas sobre ellas apoyándote de perfil en el suelo, con tus caderas y tus rodillas en el suelo, apuntando con los pies hacia la hoguera. Te echas una manta sobre la camiseta de tu pijama y tratas de abrazar todo el calor que puedes. Sabes que falta poco.
Efectivamente, pocos minutos después, baja él (siempre tan perezoso), y vuelve a observarte de arriba a abajo. No sabe si admitir "estás preciosa con el fuego besándote tus precisoas piernas tan de buena mañana" o si sorprenderse "¿De nuevo has vuelto a entregar tu cuerpo, durante un minuto, a toda la montaña?". Lo mejor es hacer ambas cosas, y lo sabe. Admite tu belleza pasando a tu lado y yendo hacia la cocina sin dejar de mirarte (y casi golpeándose con la puerta). Tu sonries sonrojada y satisfecha, asegurándote que tus pies ya están bien, pero de pronto él aparece con una bola de nueve y mirándote desde arriba la deja caer entre la manta y tu cuello. Intentas temblar y te sobresaltar por el frío del hielo resbalando por tu pecho, pero él salta sobre ti, te abraza, agarra tu espalda, huele tu pelo, respira del calor de tu pecho latiendo a mil por hora lleno de hielo, y lentamente con la yema de sus dedos te aparta los cristales de nieve de tu piel. Cuando tu piel esté seca, el estará preparado para mojar tu corazón a besos.
No hay mejor forma de emepzar el día, un buen saludo antes del café y el tacto de la tierra entre tus pies.
Glósóli (Sol resplandeciente)
Para San.
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