7.04.25 (096) - Temperamento

Estábamos a la moda.

No sabemos si se nos reventó un hijo de puta o nos cayó un meteorito encima, pero el caso es que nuestro Airbus de Air France, que hacía la ruta entre los señores Charles De Gaulle y John F. Kennedy, se partió en dos cuando viajaba sobre Las Azores.

Nosotros estábamos sentados en la última fila y cuando nos dimos cuenta el avión se había partido en dos, por detrás de las alas. La cabina y gran parte de los pasajeros siguieron planeando durante un buen rato pero nosotros no, nosotros caímos en picado.

Fue impresionante sentir como el avión caía hacia el mar, como si fuese un vaso que caía inmutable boca abajo. El mar se acercaba a nosotros y el viento parecía que iba a reventarnos contra el asiento. La gente gritaba pero el sonido se quedaba atrás como si no pesase y la gravedad de La Tierra no lo atrajese. Eso no nos iba a matar pero lo parecía. Se nota que no monté en muchas montañas rusas.

Cuando el avión impactó contra el agua fue todo fugaz.
Aguantamos la respiración bajo las mascarillas de gas y nos preparamos para morir. Pero no lo hicimos. Rebotamos contra la arena, el cinturón nos laceró la piel del pecho, y el agua nos salpicó pero no más. Y no sé como se me ocurrió, pero en ese instante te desabroché y saltamos por el pasillo de aquel cucurucho invertido semi-sumergido, buceamos hasta el fondo, y luego emergimos.

Llegamos a nado hasta un ridículo islote de piedra que apenas tenía más que una puta luz que advertía a los barcos de su presencia. Nuestra querida burbuja a la deriva terminó por hundirse y, para nuestra posterior desgracia, ni un solo cuerpo salió a la superficie. Eso sí, todo un cargamento de botellas de agua fue emergiendo lentamente.
En el cielo se proyectaba un rastro de humo que caía hacia el agua/horizonte. Bastante lejos.

Durante los siguientes días no pararon de pasar aviones y barcos de toda clase. Pero ninguno se paró ni a revistar nuestro puto islote. Al parecer, como las lagartijas, los aviones son capaces de seguir volando durante cientos de kilómetros sin parte de su culo.

El primer día, al ver tan magno despliegue de medios, estábamos seguros de que alguien daría con nosotros. Al segundo empezamos a pensar desesperados en alguna solución. El maldito centenar de botellas de agua nos asegurarían agua durante semanas, pero la dichosa manía de embotellar el agua en 200 ml hacía imposible que nadie las viese desde el aire. Pensamos en hacer un mosaico con ellas, pero necesitabamos nuestra ropa para la noche, tu pelo era demasiado corto, y el semen a la hora de verdad no pega bien. Lo que logramos con mis zapatos y nuestros pantalones no sirvió de nada. No pasamos de hacer ridículas sombras chinescas a la puta bombilla y luego tratar de anular su efecto por completo, pero nadie se percató sobre el peligrosísimo peñasco que ahora estaba ciego. Como todo el mundo tiene GPS y mapas informatizados es posible que ahora nos esquivasen todavía más.

Al principio intenté mantener la calma, y abrazarte me servía, pero el sol nos quemó la piel y no nos tocábamos más que para no helarnos por la noche, y siempre con postura de zombies petrificados.

Así siguieron pasando los días. Al menos nunca llegamos a discutir y a pesar del hambre no intentamos ni destruirnos psíquicamente. Ahí fuimos listos. Teníamos agua embotellada, agua salada, una bombilla gigante, plástico indigerible, algunas lapas y algunas algas. Cuando nos quedamos sin estos últimos destruimos el ecosistema del Puto Peñón de la Muerte.

Ayer ambos estuvimos muertos durante algunos minutos un par de veces. Esa fue la señal. Había que hacer algo ya.

Siempre decías que era muy poco temperamental. Creo que por eso eres tú y no yo quién está haciendo esto. Por lo menos que sea rápido. No has tenido fuerzas para ahogarme y vas a intentar romperme los sesos a pedradas. Hazlo ya y aprovecha de mi todo lo que puedas antes de que lo destruya el mar y la puta obsesión de las autoridades aeropuertarias por ceñirse a las transmisiones radiofónicas de los últimos minutos en vuelo de la aeronave.

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