8.03.03 (025) - Cruzando la calle

Francisco Nixon

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Cien mil kilómetros arrastrando una piedra de granito de dos toneladas para que luego me digan que no sirve de nada. Así tenía yo esa cara de tonto, entiéndelo. Ser esclavo de tu propia necedad es muy duro. Pero no quería ser autocompasivo: inmediatamente te besé y dejé la piedra abandonada. ¿A que lo hice bien? Hasta pensé en empujarla montaña abajo, pero no soy tan malo.

Luego me encuentro tumbado en la playa, mirando a las nubes y pensando en ponerte una corbata. Es que está muy sexy esa rebelde estrecha de color negra pasando entre tus tetas. Se me está liberando la propia libertad.

Hace mucho que no compartimos un poco de tiempo. Tú dices que fue hace nada, ¡y a mi me parece toda una eternidad! Supongo que resulta que no seré tan libre si tengo al tiempo coaccionándome a precipitarme sobre tus labios una vez más. Yo no pretendía ninguna ansiedad, pero la vida me grita que corra tras de ti, que te bese, que haga que nuestras miradas se encuentren y que te abrace a punto de caernos al suelo. Es el instinto masculino. Y hay que tener paciencia. No volverá a pasar.

Si encuentras mis migas de pan, si sonríes con los cachitos de vida que te regale, si buscas mi mano en la oscuridad, será genial. Si me dejas pasar de largo más veces yo respetaré tu soledad con todas las consecuencias. No te necesito para hacer del absurdo de las cosas un arrebato de locura. ¡Intentaré que me mires mil veces antes de que se me olvide cuánto quiero tu sonrisa!

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